Yo soy el peligro

<p class=»ue-c-article__paragraph»>No había pasado ni un día del <strong>asesinato de Andriy Portnov</strong> y ya sabíamos lo que pagaba por llevar a sus hijos al colegio en cuyas puertas fue tiroteado. Un pastón, claro. Añádele a eso los nombres de los futbolistas y artistas famosos que llevan a sus niños al mismo centro escolar y cuesta no verlo todo como un <i>crossover </i>de <i>Breaking Bad</i> y <i>Élite</i>.</p>

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 Cuesta nover el asesinato de Andriy Portnov como un crossover de Breaking Bad y Élite  

No había pasado ni un día del asesinato de Andriy Portnov y ya sabíamos lo que pagaba por llevar a sus hijos al colegio en cuyas puertas fue tiroteado. Un pastón, claro. Añádele a eso los nombres de los futbolistas y artistas famosos que llevan a sus niños al mismo centro escolar y cuesta no verlo todo como un crossover de Breaking Bad y Élite.

Tienen razón los que dicen que con frecuencia la ficción explica mejor la realidad que la realidad misma. Pero esto también tiene contrapartida oscura: ver el mundo real como mero reflejo de las tramas de ficciones que consumimos compulsivamente. No es que la realidad imite a la ficción, es que nos resulta balsámico que así sea. Porque la ficción, por caótica que parezca, está ordenada, estructurada y, si está bien escrita, cuadra. En cambio la realidad, por caótica que parezca… bueno, es que la realidad es caótica. Y anticlimática. Y no cuadra nunca.

En Generación X, el eternamente jóven libro de Douglas Coupland, el escritor canadiense definía la «teleparabolización» como una suerte de interpretación de la realidad a través de las tramas de series y películas populares. Una situación puede ser «muy Friends«, una persona puede ser «muy Samantha» (por el personaje de Kim Cattrall en Sexo en Nueva York) y otra puede decirle que de eso nada, que realmente eres una Miranda. La vida teleparabolizada es más simple, más fácil y más divertida.

Un tertuliano de un programa de radio matinal se sorprendía de que Andriy Portnov no se moviese con guardaespaldas. Yo no puedo evitar imaginarme a su esposa, Anastasia, pidiéndole que así fuese, porque ahí fuera él está en peligro. «No estoy en peligro, yo soy el peligro», respondería él. Sí, es una frase de Breaking Bad. No recuerdo ninguna de Élite que encaje tan bien en la situación que intento teleparabolizar.

Hace unos días se estrenó Legado en Netflix. La serie de Carlos Montero (creador de Élite, por cierto) no se corta en replicar en su ficción personajes de la vida pública española. Sin embargo, ha sido insistentemente comparada con Succession, serie con la que, desgraciadamente, tiene poco que ver. Pero es que a Succession hemos recurrido, yo el primero, hasta para describir muebles o jerseys. Ni un artículo sobre esa memez del «lujo silencioso» sin referencia a la serie de HBO. Y ninguna noticia sobre el asesinato de Andriy Portnov sin que mi pensamiento intente localizar la de Netflix donde yo he visto eso antes.

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