Sergi López: «No soy de esos que quieren la Palma de Oro, lo que me ha tocado vivir ya me parece la hostia en vinagre»

<p>Sergi López es actor porque antes fue payaso. Y fue y es payaso porque antes, mucho antes, cuando apenas era un crío, fue pastorcillo en la representación <i>Els Pastorets</i> de su pueblo, Vilanova i la Geltrú. Este hombre que se declara un tipo sin ambición, un tipo cuya mayor aspiración en la vida siempre fue vivir con el único lujo de un coche de segunda mano, un tipo que no recuerda cuántas veces ha sido nominado a ningún premio, un tipo que se ríe por principio, un tipo que debutó en el cine en Francia sin apenas hablar francés, un tipo que le atraen los guiones que no entiende del todo, un tipo fascinado por la figura de Satanás pese a su evidente bonhomía… este hombre, decíamos, que parece ser un tipo fuera de cualquier tipo de tipología es desde ya <strong>el hombre del momento. </strong>Todo un tipo. A sus 59 años robustos y bien prietos, su papel en <i>Sirat</i>, la película de Oliver Laxe recién galardonada con el Premio Especial del Jurado en el Festival de Cannes, le ha convertido en el intérprete que todo el mundo había visto ya en algún sitio y que ahora se dispone a redescubrir. Y para siempre. Sergi López pertenece a esa rara y muy apreciada estirpe de actores que no actúan, sino que son; son lo que pretenden ser a fuer de no pretender ser nada más que lo que son. Y al revés.</p>

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 El actor más internacional del cine español con permiso de Javier Bardem se consagra definitivamente en ‘Sirat’, la película de Oliver Laxe recién premiada en Cannes y decidida a marcar el año a fuego  

Sergi López es actor porque antes fue payaso. Y fue y es payaso porque antes, mucho antes, cuando apenas era un crío, fue pastorcillo en la representación Els Pastorets de su pueblo, Vilanova i la Geltrú. Este hombre que se declara un tipo sin ambición, un tipo cuya mayor aspiración en la vida siempre fue vivir con el único lujo de un coche de segunda mano, un tipo que no recuerda cuántas veces ha sido nominado a ningún premio, un tipo que se ríe por principio, un tipo que debutó en el cine en Francia sin apenas hablar francés, un tipo que le atraen los guiones que no entiende del todo, un tipo fascinado por la figura de Satanás pese a su evidente bonhomía… este hombre, decíamos, que parece ser un tipo fuera de cualquier tipo de tipología es desde ya el hombre del momento. Todo un tipo. A sus 59 años robustos y bien prietos, su papel en Sirat, la película de Oliver Laxe recién galardonada con el Premio Especial del Jurado en el Festival de Cannes, le ha convertido en el intérprete que todo el mundo había visto ya en algún sitio y que ahora se dispone a redescubrir. Y para siempre. Sergi López pertenece a esa rara y muy apreciada estirpe de actores que no actúan, sino que son; son lo que pretenden ser a fuer de no pretender ser nada más que lo que son. Y al revés.

Si mis cuentas son buenas lleva en la profesión casi 35 años. ¿Guarda memoria de la primera vez o ya lo olvidó?
Lo recuerdo porque fue un salto muy sorprendente. Yo hacía teatro de calle. Mi vocación profunda era la de payaso, comediante, saltimbanqui como quieras llamarlo. Esto lo hacía en mi pueblo con una furgoneta. Y así hasta que me fui a París a estudiar con el maestro Jacques Lecoq. Me fui sin hablar francés ni nada. Esa escuela me abrió los ojos. Y cuando estaba allí me encontré con un cartelito que ponía: «Se busca actor con acento español para un primer largometraje». No había hecho un casting en mi vida y, si digo la verdad, me interesaba más saber qué era y en qué consistía un casting que lo del cine.

De ahí, recuerda, surgió una especie de proyecto de 10 minutos de duración que, con el correr del tiempo, se convirtió en La novia de Antonio, la película de Manuel Poirier que le convirtió en actor de cine en 1992. Eso sí, el camino de uno a otro, del corto al largo, no fue evidente. «Rodar la película significaba que tenía que dejar la escuela de Lecoq durante una temporada. Pero la escuela me la estaba pagando yo. No tenía ningún tipo de subvención ni ayuda de nadie. Y me negué en rotundo porque no estaba dispuesto a perder el mes y medio de clase que me exigía el cine. Vamos, ni un rato. Después de mucho discutir, lo dejamos en una semana, un par de fines de semana y otra semana más tarde», dice. Pero los problemas no eran solo de tiempo. «Todo el mundo me decía que era una oportunidad, pero si soy sincero yo no me veía. Me pedían tener acento español y por eso del complejo que arrastramos la gente de pueblo yo me daba cuenta de que mi acento era catalán. Temía que si algún español veía la película dijera: «Ese tío tiene un acento catalán que se muere, ese acento no es español». Cosas de los que somos de pueblo», recuerda entre carcajadas. Cinco años después, en 1997 y tras dos películas más con Poirier, llegaría su primera vez en la sección oficial de Cannes de la mano de Western, del mismo director que le descubrió. Con Sirat, son ya 10 las veces que ha estado en el festival francés.

¿Diría que su forma natural de interpretar, sin artificios, siempre muy cerca de sí mismo, es lo que define su trabajo?
En mis primeras películas ni siquiera tenía conciencia de estar haciendo cine. Quizá la cosa va por ahí. Lo cierto es que Poirier siempre trabajaba con la improvisación y ni siquiera nos daba los diálogos completos. Él quería que me esforzara en ser yo mismo delante de la cámara. Reconozco que no es la manera habitual de empezar en este oficio. Pero quiero creer que esto mismo es a lo que aspiramos todos los actores y actrices del mundo. Todos deseamos hacer creíble con la mayor naturalidad posible algo que es mentira.
Y ahí sigue…
Imagino que lo que me marcó es que entré en el cine de manera bastante anómala: sin focos, sin alfombras rojas, sin ninguna repercusión mediática… Nadie me hacía entrevistas, nadie se interesaba por lo que pensaba u opinaba de nada. Entonces como ahora, vivía y vivo en Vilanova rodeado de gente que no ha visto mis películas. Ni mis hijos me han visto… Bueno, ellos sí, pero, como mucho de lo que he hecho ha sido en Francia y por ahí y no se ha estrenado en España, ni siquiera ellos lo han visto todo.
Como dice ha trabajado en todo el mundo. Lo del acento que comentaba antes, ¿ha sido una ventaja o un inconveniente?
En Francia, mi acento agrega misterio a mis personajes. No se sabe muy bien de dónde vengo y eso despista e intriga. Además, como tampoco soy un tipo mediático, hay a mi alrededor como un halo de secreto que ayuda. Como vivo donde vivo y no me prodigo, de mí se sabe muy poco.

Sea por eso o no, el tiempo ha convertido a Sergi López, el paradigma de la bonhomía, en todo un villano. «En la web IMDB, se me cita como un actor especializado en villanos», dice y hace una mueca. Primero fue Harry, un amigo que os quiere, de Dóminik Moll; luego Solo mía, Javier Balaguer; más tarde, Negocios ocultos, de Stephen Frears, y, como emblema de maldad, su papel en El laberinto del fauno, de Guillermo del Toro. «Es raro. Recuerdo que a mi primer malo llegue por casualidad. Dóminik quería que hiciera el otro papel, el del bueno, pero no tenía actor aún para el otro, el que acabé haciendo. De repente, y para cabreo del productor, me lo ofreció a mí. La clave, en definitiva, es que nadie se imagina que yo tenga un ápice de maldad. Y precisamente, por eso, porque tengo cara de bueno, de no haber matado una mosca en mi vida, mis villanos funcionan. No soy previsible», confiesa no sin maldad. Y sigue: «Pero en verdad, he hecho más de 100 películas y soy malo en muy pocas».

Una pregunta clásica: ¿diría que la maldad es más fotogénica que la bondad?
Entre Caperucita y el lobo no hay color. Es mucho más agradecido ser el lobo. Actuar es jugar. Hay algo lúdico y muy infantil en matar sin tener remordimientos, en romper las leyes, en hacer cosas para las que no estás autorizado. Poner en escena al ser oscuro que todos guardamos dentro puede ser y es muy divertido. Por lo demás, me fascina el personaje de Satanás, con el que estoy ahora mismo preparando una obra.
¿Y esa fascinación?
De siempre. De cuando en mi pueblo participaba en la obra en la que salíamos todos, Els Pastorets, que es alrededor del nacimiento de Jesús. Llegué a hacer de uno de los pecados capitales, la ira. Y así hasta llegar a mi personaje fetiche, a Satanás.
De entonces a hora, ¿diría que le ha ido bien en la vida?
Sí, siempre me ha ido bien. Quizá mi secreto me viene de mi madre. Como ella, nunca he tenido ninguna ambición. Cuando hacía de payaso, mi único deseo en la vida siempre fue poder vivir de ello, pagar el alquiler y tener un coche de segunda mano. Veía a los actores salir del Teatro Condal y coger el coche y alucinaba. «¿Te imaginas poder vivir de esto?», me decía. No soy de esos quiere la Palma de Oro. Yo no quiero nada, voy muy sobrado. Lo que me ha tocado vivir me parece la hostia en vinagre. Tengo claro que mi vida no es esto de la farándula. Me interesa mucho mi trabajo, pero mi vida es cuando vuelvo a Vilanova con mi gente. Con lo cual, por eso digo que siempre me ha ido bien, porque en el fondo trabajo de lo que me gusta y me pagan rápidamente y bien. Y luego he tenido la suerte de que muy buenos directores y muy cinéfilos (yo no lo soy), se han fijado en mí.
No es cinéfilo, dice.
Funciono de manera muy intuitiva. Me gustan más los guiones que son marcianos, raros, que veo que pasa algo, pero no sé muy bien por qué. Sé que mi trabajo es bastante concreto. Me dedico a poner mi cuerpo y mi voz al servicio de la historia y siempre a ayudar al director.

Al lado, que no al margen, de su faceta de actor, Sergi López no ha tenido problema, y mucho menos miedo, en dejar claro su catalanismo. Se diría que un catalanismo militante y, sobre todo, orgulloso. «Cuanto más viajo y más mundo conozco, más valor le doy a ser diferentes, que no seamos todos del mismo color y con la misma nacionalidad», comenta. Y sigue: «Que cada uno pueda autodeterminarse, que cada pueblo se pueda afirmarse en lo que es, no debería entrar en conflicto con un discurso solidario y de respeto. Me parece muy simplista y muy inmaduro reclamar sin más un mundo sin fronteras… ¿Qué tenemos que ser entonces? ¿Todos chinos o todos americanos? Hay que reivindicar el valor que tiene que cada uno pueda reconocer su identidad y desarrollarla y vivirla sin complejo».

¿Y qué papel cree que debe jugar Europa en este preciso momento?
La idea de Europa es muy bonita, pero al final lo que manda es el mercado, el negocio nada más. La idea de Europa como ideal se encuentra pervertida por esto.
¿Cree que veremos pronto el día que Cataluña o Euskadi se independicen de España?
Se quiere vender la idea de que sería algo muy traumático, de que se trata de alzar un muro en el país. Pero la gracia en Cataluña, Galicia, Euskadi o donde sea es que la gente sea feliz y pueda ser y se pueda definir como le salga del chichi.

Dice que no recuerda cuántas veces ha sido nominado al Goya. Ni las veces que ha estado en Cannes en la sección oficial. «No sé, me va todo tan bien que no me atrevo a pedir o exigir más», concluye Sergi López, todo un tipo.

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