<p>Entre Eric Rohmer, Woody Allen y Hong Sang-soo, el cine de Emmanuel Mouret se alimenta con nutrientes básicos como el aire libre, los paseos al sol, las conversaciones ocasionales y, por supuesto, el amor. También el desamor, el desengaño y el miedo a la soledad, pero sobre todo el amor, el amor como el más evidente de los deseos compartidos y, quién sabe, nunca cumplidos del todo. Hace tiempo –desde mucho de la proverbial y muy premiada <i>Las cosas que decimos, las cosas que hacemos–</i> que el director, además de actor, francés trabaja sobre el mismo registro.<strong> Se trata básicamente de un cine dialogado con una ligera tendencia a lo burlesco en el que la palabra adquiere su máxima expresividad y hasta fotogenia. </strong>La idea básica es siempre la misma: queremos y aspiramos a amar por encima de todo y, sin embargo (vaya por dios), no sabemos cómo. <i>Tres amigas</i> modula este mismo argumento y lo hace de manera tan aparentemente libre y fuera de norma que se diría simplemente libérrima. O caótica incluso. Y, sin embargo, a medida que avanza en su peculiar y descuidado trenzado de historias, narraciones y hasta voces de fantasmas, todo se ordena. Y lo hace, y esto es lo interesante, en la cabeza de la audiencia con los recursos, memorias y tristezas (que también cuentan) del propio espectador. En verdad, el camino que recorren las películas de Mouret es sencillo y directo: de la pantalla ajena a la mirada propia. Ida y vuelta. Sin más. </p>
Emmanuel Mouret insiste en su cine andarín tan ligero de apariencia como grave en su divertida y a la vez triste caracterización del los sentimientos
Entre Eric Rohmer, Woody Allen y Hong Sang-soo, el cine de Emmanuel Mouret se alimenta con nutrientes básicos como el aire libre, los paseos al sol, las conversaciones ocasionales y, por supuesto, el amor. También el desamor, el desengaño y el miedo a la soledad, pero sobre todo el amor, el amor como el más evidente de los deseos compartidos y, quién sabe, nunca cumplidos del todo. Hace tiempo –desde mucho de la proverbial y muy premiada Las cosas que decimos, las cosas que hacemos– que el director, además de actor, francés trabaja sobre el mismo registro. Se trata básicamente de un cine dialogado con una ligera tendencia a lo burlesco en el que la palabra adquiere su máxima expresividad y hasta fotogenia. La idea básica es siempre la misma: queremos y aspiramos a amar por encima de todo y, sin embargo (vaya por dios), no sabemos cómo. Tres amigas modula este mismo argumento y lo hace de manera tan aparentemente libre y fuera de norma que se diría simplemente libérrima. O caótica incluso. Y, sin embargo, a medida que avanza en su peculiar y descuidado trenzado de historias, narraciones y hasta voces de fantasmas, todo se ordena. Y lo hace, y esto es lo interesante, en la cabeza de la audiencia con los recursos, memorias y tristezas (que también cuentan) del propio espectador. En verdad, el camino que recorren las películas de Mouret es sencillo y directo: de la pantalla ajena a la mirada propia. Ida y vuelta. Sin más.
Tres amigas es la historia de, efectivamente, tres amigas. La primera no aguanta no estar enamorada del hombre con el que vive y con el que, a su manera, es moderadamente feliz. La segunda, bien al contrario, vive sin lamentaciones con una pareja a la que reconoce no querer, pero con la que se lleva estupendamente. Y la tercera, toda aventura, disfruta de lo que tiene, que es entre nada más que nada y un lío con el marido de la anterior. De este modo, entre lo que una cuenta a la otra y la tercera oculta a todo el mundo, la película de Mouret progresa tan pendiente de lo que se dice como obsesivamente atenta a todo aquello que se calla. Es en el hueco entre lo uno y lo otro, en la cháchara tan francesa y el silencio cada vez más escaso, donde Tres amigas se hace fuerte y, a poco que uno se deje, se convierte en una cuestión perfectamente personal, para cualquiera.
De este modo, el director de la también soberbia Crónica de un amor efímero se las arregla para componer un nuevo prodigio cuyo elemento primordial es, ya se ha dicho, lo dicho, la palabra. Es cine construido sobre larguísimos paseos, sobre caminatas eternas en las que los personajes se miran y se hablan. No necesariamente por este orden, pero sin echar mano a nada más. Y, desde ahí, desde lo que teje el hilo de una conversación al sol, Mouret acierta a dibujar el perfil exacto de la amistad, pero de una amistad tan peculiar, íntima y sincera que bien podría llamarse amor. Tal cual.
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Dirección: Emmanuel Mouret. Intérpretes: Camille Cottin, Sara Forestier, India Hair, Grégoire Ludig. Duración: 118 minutos. Nacionalidad: Francia.
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