<p>Hablar, caminar, tal vez amar. Pocas películas podrían ser más adecuadas para rebajar los índices de colesterol como <i>Tres amigas. </i>Su director <strong>Emmanuel Mouret </strong>hace que sus protagonistas hablen, se amen y, sobre todo, caminen. Y lo hagan por ese sendero casi interminable que lleva desde los cuidados y geométricos jardines de Lyon, ciudad en la que discurre la cinta, a los bosques mucho más frondosos, salvajes y hasta peligrosos del desamor, el desengaño, la mentira y, claro está, el amor. «En verdad», razona un cineasta tan cerca de Eric Rohmer como deudor de Woody Allen, «lo que me interesa no es tanto la caminata como la posibilidad que ofrece el paseo de filmar en movimiento. Los planos se alargan hasta muy cerca del plano secuencia. Puedes mostrar así a un personaje de cerca, de lejos, de espaldas, de frente y traerlo de vuelta de nuevo… Se trata de mostrar, ocultar, acercarse, alejarse». Pausa. «Pero lo más importante siempre es lo que no ves».</p>
El cineasta francés reivindica en ‘Tres amigas’ el cine que discurre en el fuera de campo, detrás de los ojos, con una historia de amistad, fantasmas, amor y mujeres
Hablar, caminar, tal vez amar. Pocas películas podrían ser más adecuadas para rebajar los índices de colesterol como Tres amigas. Su director Emmanuel Mouret hace que sus protagonistas hablen, se amen y, sobre todo, caminen. Y lo hagan por ese sendero casi interminable que lleva desde los cuidados y geométricos jardines de Lyon, ciudad en la que discurre la cinta, a los bosques mucho más frondosos, salvajes y hasta peligrosos del desamor, el desengaño, la mentira y, claro está, el amor. «En verdad», razona un cineasta tan cerca de Eric Rohmer como deudor de Woody Allen, «lo que me interesa no es tanto la caminata como la posibilidad que ofrece el paseo de filmar en movimiento. Los planos se alargan hasta muy cerca del plano secuencia. Puedes mostrar así a un personaje de cerca, de lejos, de espaldas, de frente y traerlo de vuelta de nuevo… Se trata de mostrar, ocultar, acercarse, alejarse». Pausa. «Pero lo más importante siempre es lo que no ves».
- Pero el cine es imagen, imagen que se ve…
- No lo tengo tan claro. Mi maestro Jean-Louis Comolli, que falleció hace dos años, decía que el lugar del cine era lo imaginario. Porque ahí es donde el espectador está obligado a convocar su propia imaginación y su propia intimidad. El cine está en las elipses, en el fuera de campo, detrás de los ojos, de los personajes… Las malas películas son películas donde se ve todo de forma que no hay nada que imaginar. Estoy convencido de que dirigir consiste en entrelazar lo que se muestra y lo que no… El placer de una película es tener que pensar.
Pese a todo lo dicho, Tres amigas discurre enteramente no tanto en lo que imaginamos, tal y como afirma su director, como en lo que deseamos. Y aquí entran tanto los tres personajes principales como, en efecto, el propio espectador. Se cuenta la historia de las tres del título (a las que dan vida Camille Cottin, Sara Forestier e India Hair), cada una de ellas con una relación muy particular con eso del amor. Y del deseo. La primera no resiste no estar enamorada del hombre con el que vive y con el que, a su manera, es moderadamente feliz. La segunda, bien al contrario, vive sin lamentaciones con una pareja a la que reconoce no querer, pero con la que se lleva estupendamente. Y la tercera, toda aventura, disfruta de lo que tiene, que básicamente es un lío con el marido de la anterior.
«Sinceramente», dice Mouret como acotación a su propio argumento, «mi idea no es decir qué deba ser o cómo deba ser una relación. Nunca me han interesado los cineastas pesados que dicen que los hombres son así y las mujeres asá… Y pese a las apariencias, no es que me interesen más las mujeres que los hombres. Lo que me interesa son las relaciones. Y éstas, por definición, son siempre diferentes». Pausa. «Esto siempre ha sido así, pero después de lo vivido con el movimiento Metoo, es aún más evidente. Uno de los efectos más evidentes del Metoo es que ha puesto en el centro de la conversación al otro. Lo relevante es siempre la consideración del otro, hombre o mujer, la atención al diferente. Es eso lo que nos construye como sociedad».
El cine de Mouret, especialmente en sus últimos trabajos con películas como Las cosas que decimos, las cosas que hacemos o Crónica de un amor efímero es en su esencia un cine dialogado con una ligera tendencia a lo burlesco en el que la palabra adquiere su máxima expresividad y hasta fotogenia. Ya se ha dicho, es cine caminado y hablado. «Eso es así, pero no es tanto por lo que dicen mis personajes como por el diálogo entre ellos y el espectador. El que mira ha de ser capaz de incorporar su propia historia, sus suposiciones, su propia forma de amar». Hablar, caminar, tal vez amar.
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