El sexo en la Guerra Civil: «Causaba más bajas la sífilis que el enemigo»

<p>Julián era un exseminarista que combatía con los franquistas y que tenía el don de gustar a las mujeres casi sin querer. Asun era su madrina de guerra, que es como se llamaba a las desconocidas que mandaban cartas y algunas golosinas a los soldados para animarlos en el frente. Pronto, Asun y Julián intimaron en su correspondencia. Asun se describió a sí misma en una carta y le reveló a Julián que tenía un lunar en un lugar secreto. Él le preguntó si era negro, «como el azabache, como la pena que tengo de no verlo». Y ella le contestó: «¿Sabes que la otra noche al desnudarme <strong>me vi el lunar y me acordé de ti? Un saludo muy afectuoso</strong>». En las siguientes cartas, el lunar recibió el apodo de Periquillo.</p>

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 Fernando Ballano estudia en ‘Amor y sexo en la Guerra Civil’ los cambios en la moral y en la práctica de los españoles y de sus huéspedes en la inminencia de la muerte.  

Julián era un exseminarista que combatía con los franquistas y que tenía el don de gustar a las mujeres casi sin querer. Asun era su madrina de guerra, que es como se llamaba a las desconocidas que mandaban cartas y algunas golosinas a los soldados para animarlos en el frente. Pronto, Asun y Julián intimaron en su correspondencia. Asun se describió a sí misma en una carta y le reveló a Julián que tenía un lunar en un lugar secreto. Él le preguntó si era negro, «como el azabache, como la pena que tengo de no verlo». Y ella le contestó: «¿Sabes que la otra noche al desnudarme me vi el lunar y me acordé de ti? Un saludo muy afectuoso«. En las siguientes cartas, el lunar recibió el apodo de Periquillo.

De la marquesa de Valparaíso, Enriqueta Mariategui, sabemos que tenía 37 años en julio de 1937, que vivía en Madrid y que fue investigada y detenida, acusada de espionaje porque frecuentaba bares donde se relacionaba con militares. Su marido, capitán de artillería, había muerto fusilado en Paracuellos. La marquesa se defendió: si salía era para olvidar sus penas. Dos informes médicos, redactados quizá por amigos, consideraron que Mariategui vivía «notoriamente atraída por el sexo opuesto» y que tenía «una personalidad histérica y una predisposición erótica subyacente». La consideraron enferma mental con «conducta extravagante, no responsable de sus actos». Fue liberada.

Son historias así las que construyen Amor y sexo en la Guerra Civil, el libro de Fernando Ballano (editado por Arzalia) que estudia por primera vez como tema independiente la conducta sexual y romántica de los españoles y de sus huéspedes en el periodo 1936-1939: los soldados y sus novias del pueblo, los combatientes marroquís, alemanes e italianos, las prostitutas, los comisarios soviéticos, los brigadistas ingleses, franceses y estadounidenses, los periodistas, las enfermeras, las prostitutas…

«Arturo Barea lo escribió: cuando se espera la muerte, la vida se convierte en simple y clara. Se trastoca todo, las personas quieren disfrutar porque no saben si estarán vivas al día siguiente. La particularidad de España es que esta fue una guerra civil, no una guerra entre naciones. Y que en los dos lados hubo muchos visitantes extranjeros que cambiaron la conducta amorosa y que dejaron muchas memorias», explica Ballano a EL MUNDO.

Algunos datos que hay que tener en cuenta sobre la Guerra Civil Española: uno, fue una guerra muy lenta. Algunos frentes estuvieron detenidos durante meses. Los soldados se aburrieron a menudo y, por tanto, tuvieron tiempo de enamorarse y de buscar amantes y prostitutas en la retaguardia. Dos, fue una guerra entre compatriotas, de modo que no abundan los relatos de terror sexual propios de las guerras coloniales, ni las fotos de humillaciones contra las mujeres como las de la liberación de Francia ni las historias de violaciones en cadena que dejó el Ejército Rojo en Alemania. «Pero eso no significa que no hubiera violaciones. Yo no infravaloraría esos casos. No son el tema de este libro, que es el placer y el amor, pero existieron», cuenta Ballano. Y tres, España no había cambiado tanto su moral sexual durante los años de la II República. Ni siquiera la España de la CNT. Sólo la llegada de los extranjeros fue un acelerador en el cambio.

Dos legionarios y dos amigas, en la calle Alcalá de Madrid, en 1939.
Dos legionarios y dos amigas, en la calle Alcalá de Madrid, en 1939.ARZALIA

«Los marroquíes vinieron medio engañados. Sus mandos intentaron que no tuvieran contacto con los españoles pero lo tuvieron y hubo muchos matrimonios. Hay algo curioso: no les gustaban las prostitutas españolas, así que les traían a sus cheijas desde el Protectorado. Las traían junto al kif y el hachís», cuenta Ballano. Los italianos tuvieron mucho éxito con las españolas, con o sin pago. Se decía que iban perfumados a la guerra y hubo muchas bromas con las plumas de los cascos de los bersaglieri [su infantería de élite]. Los aviadores alemanes no se relacionaron nada con las españolas. Tenían sus prostíbulos que dejaban asombrados a los nativos porque un oficial se apostaba a la entrada y vigilaba que sus pilotos estuvieran 20 minutos exactos. «Y los brigadistas hicieron mucho uso de la prostitución. Cuando estaban en la retaguardia arrasaban con todo. Es célebre su paso por Alcalá de Henares, porque causaron muchos destrozos. También hubo brigadistas que se casaron con españolas, ojo. Los brigadistas cobraban 12 pesetas diarias, mucho, de modo que hubo casos de intereses económicos».

El hilo del dinero y el amor es interesante. «Los soldados del Ejército Popular Republicano cobraban 10 pesetas diarias, además de comida y bebida. El servicio de una prostituta costaba cinco. Los rebeldes cobraban 50 céntimos. Luego les pusieron un plus de 1,10 pesetas por día de trinchera. Los legionarios cobraban tres pesetas al día y fueron los más liberales en sexo entre todos los sublevados. La diferencia en los sueldos se notaba mucho en la conducta sexual de los dos bandos, aunque, a la larga, la inflación en el campo gubernamental igualó mucho las cosas», cuenta Ballano. «En los dos bandos, los ejércitos tenían sus unidades de prostitutas acompañantes. Incluso entre las milicianas se infiltraron mujeres que eran prostitutas. Durruti quiso expulsarlas pero siempre volvían. Todo lo que logró fue eliminar el proxenetismo y controlar las enfermedades venéreas con un régimen disciplinario muy duro. La sífilis causaba más bajas que el enemigo».

Amor y sexo en la Guerra Civil está lleno de apodos y de nombres propios que fascinan a los lectores de 2025: La Turca y La Amparo fueron dos famosas proxenetas en el bando rebelde. La Turca, en realidad, era griega y se especializó en atender a los militares italianos. La Amparo era portuguesa, se intaló en León y trabajó con alemanes. Marlene Grey fue una domadora de leones francesa que actuaba desnuda o casi y que causó estupefacción en el Madrid sitiado. Un día, los leones estuvieron a punto de comérsela. Tenían hambre. Teresa Daniel fue una miss España que trabajó como enfermera en el Hospital Clínico de Barcelona. Al parecer, los heridos preferían a otra enfermera llamada Rosita, menos guapa pero más expresiva. Pablo Sarroca fue un antiguo capellán militar que acabó de agente del SIM republicano y que se hizo con un chalet del barrio de Ventas, donde vivió escandalosamente, amancebado con dos mujeres llamadas Gregoria Rubio y Julia Redondo. Thomas Cuthbert Worsley y Stephen Spender fueron dos escritores ingleses que llegaron a España para buscar a un amante que habían compartido, un prostituto comunista llamado Tony Hyndman que se alistó a las Brigadas Internacionales, que tuvo un ataque de pánico al entrar en combate en la batalla del Jarama y que fue encarcelado como desertor.

Un último apunte: la homosexualidad aparece en Amor y sexo en la Guerra Civil narrada, sobre todo, a través de las historias de milicianos ingleses y de Gustavo Durán, un oficial republicano que pudo ser amante de Federico García Lorca y del pintor Néstor Martín de la Torre, y que era tan guapo y rubio que fue apodado porcelana. Fue rechazado por el PCE pese a demostrar que fue un soldado valiente y un hombre riguroso. Acabó en Estados Unidos, casado y empleado en Naciones Unidas.

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