<p>Sorprende ver a <strong>Julianne Moore</strong> (Carolina del Norte, 1960) sumergirse en un lago a plena noche en busca de un cuerpo inerte. Aún más sorprende observar cómo un camello de poca monta de algún lugar remoto del estado de Pensilvania la zarandea, la arrastra por el suelo y hasta la golpea. Y casi lo que más sorprende, entre la sorpresa generalizada, es verla viviendo en una granja, con una camisa de cuadros de leñador, con las botas de trabajo, limpiando establos, entre caballos en las profundidades de los Estados Unidos.</p>
La actriz protagoniza ‘Echo Valley’, un proyecto que explora la relación madre-hija marcada por la violencia y las adicciones
Sorprende ver a Julianne Moore (Carolina del Norte, 1960) sumergirse en un lago a plena noche en busca de un cuerpo inerte. Aún más sorprende observar cómo un camello de poca monta de algún lugar remoto del estado de Pensilvania la zarandea, la arrastra por el suelo y hasta la golpea. Y casi lo que más sorprende, entre la sorpresa generalizada, es verla viviendo en una granja, con una camisa de cuadros de leñador, con las botas de trabajo, limpiando establos, entre caballos en las profundidades de los Estados Unidos.
«La verdadera Julianne, yo, nunca viviría en una granja. Amo los animales, me encantó trabajar con esos caballos y era un lugar hermoso, pero ese trabajo es muy duro», expone la actriz con ese tono difícil de interpretar entre la ironía más absoluta, la cómica realidad y la excentricidad del personaje que la rodea. Y sigue: «He pensado en la realidad de vivir ese tipo de vida, de levantarse muy temprano, en lo agotador de limpiar los establos, alimentar a los caballos, bañarlos y ejercitarlos, estar al sol todo el día y lidiar con todo eso como una sola persona. Lo increíblemente difícil que sería. Y, sin embargo, aquí tienes a esta mujer viviendo esa vida».
Porque Echo Valley, el último proyecto que Michael Pearce ha lanzado junto a Apple TV+, es un thriller en el sentido más adictivo e irregular del término. Es una disección de las relaciones personales y familiares a través de una madre –Julianne Moore– y su hija –Sydney Sweeney– con problemas de adicciones y de los límites que esa madre está dispuesta a cruzar por su hija. Y, por qué no, también es la oportunidad de ver a la veterana actriz, que en la promoción de La habitación de al lado de Almodóvar se encargó de repetir hasta la saciedad que El Corte Inglés de la calle Goya de Madrid fue su gran descubrimiento español, viviendo en una granja, entregándose a la violencia, probando con el buceo… fuera de sí. «El agua me daba mucho miedo y todos esos exteriores se rodaron en un lago de verdad, solo podía pensar en cuál sería la temperatura del agua cuando tuviéramos que rodar», expone en un encuentro online con medios internacionales en el que debería haber estado también Sydney Sweeney y en el que por «problemas de agenda» se notificó su ausencia minutos antes del inicio. «Yo nunca había buceado en mi vida, fue la primera vez que hice algo así. Tuve un día de entrenamiento y fue realmente abrumador, pero también emocionante».
Porque de eso vive la película, a veces con mayor suerte que en otras: de la emoción, del suspense y de nuevo de la sorpresa. «Mi vida no es para nada un thriller, no he tenido este tipo de experiencias, pero entiendo el deseo de querer vivir en uno», apunta Juliane Moore, madre de dos hijos de 27 -Caleb Freundlich- y otra de 23 -Liv Freundlich-. «Entiendo la preocupación por los hijos y el deseo de que estén siempre bien y sean felices. Cuando tus hijos viven en casa contigo y controlas su vida, lo que hacen, sientes que lo puedes manejar. Pero a medida que crecen, se van al mundo y su vida es suya te preguntas cómo puedes ayudarlos y darle lo que necesitan».
En ese punto, Julianne Moore se zambulle en una reflexión sobre los traumas y las obsesiones que los padres pueden imprimir en sus hijos a través de la educación que les han dado. «Mi hijos dicen que les volví paranoicos de tanto obligarles a usar crema solar, ya nunca salen sin él. Cuando alguno se queman con el sol, no me lo quieren decir porque tienen miedo de que me enfade», apunta la intérprete. Y vuelve: «Creo que mi madre me hizo eso a mí porque todos en mi familia somos de piel muy clara, hay muchas rubias y pelirrojas. Y creo que con eso he vuelto a mis hijos un poco paranoicos».
Ahora, la hija que ha encontrado Julianne Moore, al menos en la pantalla, es Sydney Sweeney, de una edad similar a los que tiene en la vida real y con una carrera que se ha disparado en los últimos años desde que apareció en Euphoria. En apenas tres años lleva casi una decena de proyectos estrenados. «Me encantó trabajar con ella, tiene un talento, una ética de trabajo increíbles y es emocionalmente muy accesible. Una de las cosas más maravillosas de estar tantos años en este oficio, siendo joven y siendo mayor, es la increíble relación que tienes con personas de todas las edades». Moore llegó al mundo actoral con 24 años, no dio el salto al cine hasta los 30 y en las tres últimas décadas ha levantado una carrera que transita entre los proyectos de culto y el mainstream. «Cuando empecé, trabajaba con gente mucho mayor que yo. Eso me ponía nerviosa y pensaba que nada iba a funcionar. Hasta que te das cuenta de que debes darlo todo, estar a la altura y que quien está contigo es tu compañero. En este oficio no puedes trabajar desde la jerarquía porque nunca conseguirás sacar una escena adelante. Fue muy emocionante entender eso de joven y ahora que soy mayor aplicarlo con estos jóvenes actores».
¿Y cuál fue la relación de ambas, estrellas en dos generaciones? «Tuvimos suerte de que, yo soy madre de una hija adulta y Sydney es hija adulta de una madre. Ambas hemos experimentado las relaciones madre-hija. Estamos familiarizadas con la intensidad de ese vínculo y con su elasticidad. La de madre e hija es una relación tan fundamental que puede soportar muchos altibajos», asegura la actriz, que pone el foco también en la importancia de conocer a quienes nos rodean. O, al menos, de creer que los conocemos. «No siempre sabemos de lo que son capaces los que nos rodean, no siempre los conocemos. Podemos hacer suposiciones sobre ellos, pero esa idea de conocer de verdad a alguien, estar en su interior y saber de lo que es capaz no siempre es real. Es interesante darnos cuenta de que quizás sabemos menos de lo que creemos de quienes nos rodean».
Cultura