Raúl del Pozo conquista Sevilla y completa la vitrina de los grandes premios

<p>Dice Raúl del Pozo que «salir de Madrid siempre es un error». Su universo periodístico sólo se explica desde dentro de la M-30, que él retrata como un divertido zoco centrífugo, atiborrado de conspiraciones y de chalaneos. Un poco como el Patio de Monipodio de aquí, pero con otra cochambre más política y más cínica: en los cenáculos madrileños, al primero que se levanta de la mesa para ir al cuarto de baño es al primero al que apuñalan.</p>

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 El columnista de EL MUNDO recoge en Sevilla el Romero Murube, el último gran galardón que le quedaba, entre alabanzas del presidente andaluz  

Dice Raúl del Pozo que «salir de Madrid siempre es un error». Su universo periodístico sólo se explica desde dentro de la M-30, que él retrata como un divertido zoco centrífugo, atiborrado de conspiraciones y de chalaneos. Un poco como el Patio de Monipodio de aquí, pero con otra cochambre más política y más cínica: en los cenáculos madrileños, al primero que se levanta de la mesa para ir al cuarto de baño es al primero al que apuñalan.

Cuando uno es Raúl del Pozo, uno no sale de Madrid y punto, pero esta vez ha hecho una excepción, la primera en seis años, y ha vuelto a Sevilla, a su «Guadalquivir de las estrellas» junto al que alternó en los 80 en tantas noches de juerga con Jesús Quintero -al que le escribía los guiones de la radio- y con su querido José Antonio Gómez Marín. Jugaban al bingo con El Beni de Cádiz, que cantaba las líneas por soleares, y luego se perdían por las tabernas, por los casinos y por donde fuera sorprendiéndoles la madrugada templada de la ciudad de las luces.

Este martes, con 39 grados, con 88 años y con una vergüenza torera a prueba de bombas, Raúl del Pozo cogió un pequeño maletín de cuero, metió dentro un portafolios marrón y una muda limpia y rompió su promesa de no pasar ni una noche fuera de Madrid. La ocasión lo merecía: le tocaba recoger el último gran premio que le faltaba en la vitrina. A nuestro columnista estrella, buque insignia de EL MUNDO desde el hueco más noble de la contraportada, le han dado los compañeros del ABC de Sevilla el Premio Joaquín Romero Murube, uno de los más prestigiosos de Andalucía. Uno de los grandes. Raúl, que se siente en casa en Sevilla, lo ha ganado con una columna sobre los hermanos Antonio y Manuel Machado.

En estos días azules, con este sol ardiente de los veranos machadianos de la infancia, el artículo de Raúl del Pozo es casi como un paréntesis de concordia frente a la polarización. ‘Los Machado se querían’, se titula. Se publicó el pasado 15 de diciembre, y se hace eco de la exposición celebrada en Sevilla para reivindicar la calidad literaria de los poetas y desmentir la falsedad de su enfrentamiento por razones políticas. «Para las dos Españas eran buenos o mejores, según el cainismo. Se eclipsaron por la geografía del frente, pero se quisieron y nunca se enfrentaron por su ideología», escribió.

Hijo predilecto de Cuenca y medalla honorífica de la Comunidad de Madrid y de Castilla-La Mancha, Raúl tiene una tercera patria chica que es Sevilla. «Yo soy medio andaluz», sentenciaba por la mañana sentado en el Ave como un patricio romano, a la altura de Córdoba. Ya por la noche lo demostró en su discurso. Delante de Juanma Moreno; del alcalde hispalense, José Luis Sanz; de Alberto García Reyes, director de ABC de Sevilla; y de Teresa López Pavón, delegada de EL MUNDO en Andalucía, entre muchos otros colegas y admiradores, Raúl comenzó diciendo que «llegar a Sevilla siempre es un premio».

Andalucía, para Raúl, «es lo último que queda del Paraíso». O, dicho en palabras de Schlegel, «el único pueblo de occidente que permanece fiel a un ideal paradisiaco de la vida». «Andalucía le ha dado a España su son, su relato, su duende», discurseó con esa voz recia y noctámbula suya. Y dijo que no se puede definir mejor a Sevilla que Cervantes: «Gran Sevilla, Roma triunfante en ánimo y nobleza». «Aunque no todo es felicidad: hace calor en verano», dejó caer con elegancia británica.

Un ejemplo de cómo escribe Raúl: «Todo el mundo cambia cuando conoce el talento y el misterio de Andalucía. Los príncipes árabes se olvidaban del Corán, dándole a la priva en la viña que criaba los pellejos que trajeron los navegantes de las carabelas». Si El Beni hubiera estado en el acto, le habría cantado ahí un bingo por soleares y unos oles por tientos morunos y lo que hiciera falta.

Raúl del Pozo dice las cosas que ya nadie dice. En la estirpe de Cela, que lo quería como a un hijo, cincela sus columnas con un fraseo corto y con una métrica como de cante de fragua gitana. Todo envuelto en el mejor español del mundo, como le dijo Dámaso Alonso una vez que se lo encontró por Cuenca, y como recordó anoche Ignacio Camacho.

Desde su columna, Raúl es también el mejor de nuestros reporteros. El jefe de todas las tribus de la canallesca. No concibe el artículo político sin aportar alguna novedad. La información propia es la fuente de su eterna juventud. Y cuando se sale de la actualidad nos deslumbra siempre: lo mismo escribe sobre una cotorra que se come las frutas del granado de su jardín, que apoya sobre los clásicos griegos -que los ha leído todos- una columna sobre la lluvia en primavera.

En el acto, el presidente de la Junta de Andalucía, Juanma Moreno, calificó a Del Pozo como «uno de los periodistas más indómitos, longevos y singulares de la España de los últimos tiempos». «Raúl del Pozo es un periodista sin uniforme de gala. De los que están más cómodos contando ‘el ruido de la calle’ que en el canapé de los tiros largos», añadió el barón del PP.

Ignacio Camacho lo llamó «hermano mayor de la cofradía de la Sagrada Columna y leyenda viva del periodismo español, que cada día enaltece e ilumina con el fulgor de su lenguaje relampagueante». Camacho, que ganó el IX Premio Raúl del Pozo de columnismo, agregó que «ni los gobiernos, ni las empresas, ni las mujeres siquiera, a las que ha amado tanto como a las palabras, han torcido su letra». «Ésa es su gran lección de vida y de oficio, la que lo convierte en el referente más respetado y admirado por la profesión entera: la libertad como norma suprema, la dignidad y la firmeza ante cualquier clase de mediatización o interferencia».

Raúl del Pozo tiene el Cavia, tiene el González-Ruano, tiene el Francisco Cerecedo, tiene el Premio ABC Cultural y tiene el Romero Murube, entre otros muchos premios periodísticos. Sólo le faltó nacer en Sevilla, como los Machado, pero nadie es perfecto…

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